Guía del Viajero Solitario 3. Rio Grande, Zacatecas. México, 2008.
Hace unos años el sueño me venció en la carretera, manejaba con dirección al norte del país, pedí a alguien más que tomara el volante, mientras pensaba en todo el alcohol que me había bebido horas antes.
Aun no estaba decidido cual seria el destino final de aquel intempestivo viaje, que parecia tan buena idea durante la madrugada y bañados en alcohol.

A decir verdad desde el momento en el que comenzó mi resaca, me fue imposible alterar mis sentidos una vez más. Sentí que algo estaba a punto de pasar, algo no precisamente malo, algo natural e inevitable, algo que he pospuesto durante mi vida adulta.
El sol brillaba con una intensidad que además de deslumbrar, me resultaba tan molesto como las risas estridentes de las otras tres personas que iban en la cabina de la camioneta. Llegamos a un lugar, donde las miradas siempre se estancan en lo extraño, en lo que esta fuera de lugar, lo no común. Un lugar donde es imposible pasar desapercibido, donde los niños se secretean, te señalan y murmuran, para después permanecer en el asombro y esbozar una sonrisa o romper en carcajadas.
Legamos con la familia de Javier, a la ciudad de Rio Grande, en el estado de Zacatecas. “El pueblo de las tres mentiras”, es conocido de esta manera por propios y extraños, los locales dicen que: “ni es ciudad, ni tiene rio, ni es grande”. Después de hacer las presentaciones pertinentes, nos disponemos todos a comer… “Aunque sea frijoles y tortillas, pero ahorita comen” Acto seguido nos vamos a recostar, para posteriormente salir y escoger uno de los dos bares que hay en el pueblo para beber. Estamos metidos en la camioneta dando vueltas en calles con alumbrado escaso, terminamos comprando cerveza caliente que después habremos de beber en un paraje a las afueras del pueblo. El tiempo transcurre entre historias de los Zetas, hablando de los que se han quedado en el pueblo y recordando a todos los que se han ido de mojados a trabajar a Estados Unidos. Yo me quedo metido en la camioneta, escapando del frio, bajo un poco el vidrio para platicar con los demás, una sola cerveza me acompaña toda la noche.
La mañana siguiente salimos a desayunar y caminamos hasta la plaza principal. Pasamos por el kiosco, el mercado y las tiendas, pequeños puestos sobre la acera vendiendo panes de dulce y gorditas. Las miradas curiosas no han tardado en identificarnos y nos acompañan durante nuestro recorrido.
No recuerdo la razón pero después del desayuno, terminamos sentados dentro de la camioneta. Hablando con seriedad de temas que evitamos con regularidad, nos las arreglamos para hacer una o dos bromas y así aligerar la platica. El sol se filtra por los vidrios y el olfato nos anuncia la necesidad de darnos un baño; aun así seguimos con la platica. Entonces caigo en cuenta de lo que esta pasando, ese sentimiento que me inunda desde que salimos de la ciudad se ha descubierto. Se habla de planes de boda, planes para vivir con la pareja y sugerencias de paternidad. La necesidad de cumplir con roles propios de la edad, la necesidad natural por compartir con alguien más esa pequeña parte de intimidad que nos sobra. En el fondo tengo que decir, que todo este intercambio de ideas esta impregnado de resignación, al asumir los nuevos roles, las nuevas etapas, al aceptar que todo tiene ciclos y que es tiempo de moverse en otra dirección. Esa noche no habremos de beber más. A la mañana siguiente, cumplo con mi promesa de emprender el retorno al despuntar el alba. Nos montamos en la camioneta, algunos en la caja, otros en la cabina y yo detrás del volante. Manejo a gran velocidad, esta vez sin alcohol en mi cuerpo. Suena en el radio 1 disco entero de Rubén Blades y canto las canciones tan fuerte como puedo, con ganas de que al menos una lagrima se escurra de mis ojos, sin embargo no lo consigo.
Las 7 de la noche, estoy de vuelta en el Distrito Federal…
¡Una vez más he regresado!

written by mil978 on 2012-08-09 #lifestyle #analogue-photography #landscapes #analogue-cameras #35mm-films #editorial-series
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